A Giovanna Bahamondes, la admiré desde que llegó al curso, ¡era soberbia!, se colocaba la ropa más linda, usaba el corte de pelo tipo payaso chocopandero que yo nunca hubiese podido pedirle a mi mamá, es que nunca me lo hubiese dejado usar. Ella fue la primera niña que me gustó, porque siempre hacía y tenía todo, la envidiaba e idolatraba, le hacía caso, quería conocer a su familia, por eso me colé en su cumpleaños, la verdad es que podía ir el que quisiera, pero mi madre tenía una especie de fobia social, eso me permitía ir sólo a los cumple de los hijos de sus amigas, porque no se hallaba esperándome en casas ajenas.Pero logré estar en casa de Giovanna, por fin conocería su pieza, sus juguetes, y era como me lo imaginaba, ella no mentía, además tenían todo el chocolate imaginado, aunque yo me concentraba en las cerezas de la torta, porque aún cuando me tocara sólo una, deseaba que me la colocara en la boca. Todavía la recuerdo en ese cumpleaños de siete, al momento de soplar sobre la vela, su cabello castaño enfundado en su bello corte de pelo se movió hacia atrás y quedaron sus ojos almendrados muy abiertos, para luego soplar denuevo a la vez que los cerraba y volvían así a su posición de rutina, al momento de apagar la gran vela-ratita que estaba en el centro de la torta, y justo debajo un marrasquino rojo, bello.
La repartija del pastel fue poco equitativa y yo sólo quería hablar con ella, decirle que me regalara una cereza siquiera, pero tuve que conformarme con una perlitas plateadas que traía el pedazo que me tocó. Giovanna después de todas las formalidades estaba aburrida, demasiado exigida creo, entonces nos llevó a un lugar donde solía jugar sola, porque no tenía hermanos y nos dijo que ella nos haría sus hijas y que debíamos hacer como si ella fuera nuestra madre, abrió su linda blusa rosada de encaje de niña, nos dijo: beban.
Mi madre en el living, conversaba y se aburría por dentro con Odette y Catherine dos madres igual de jóvenes que ella, estaban por los veinticinco.